La vida rústica y la vida literaria
- Estefany Narváez
- 8 nov 2022
- 3 Min. de lectura
Por una parte lleva su vida de escritor Payanés de cuentos y poesía, ganador del Premio de Literatura Rafael Maya, pero también es un hombre de campo que disfruta ver la belleza de lo natural, uniendo así esas dos partes que lo convierten en una persona que disfruta de lo tradicional.
Estaba sentado en el segundo piso de una cafetería del centro de Popayán, Edgar Alberto Caicedo acompañaba aquel día lluvioso con un café expreso caliente y una galleta con chips de chocolate. Al iniciar la conversación se veía serio y reservado, pero a medida que avanzaba la plática su actitud fue cambiando, reflejando cómo disfrutaba de cosas tan simples, pues para Edgar lo mejor es hacer actividades así de tradicionales, como sentarse en alguna cafetería de la ciudad a tomar algo, ver corridas de toros, escuchar música clásica y admirar la pintura. Estás dos últimas son de las más relevantes en su vida, ya que estos gustos llegaron casi al mismo tiempo que la escritura.

El amor hacia la escritura nació en Edgar inicialmente gracias a que su madre desde pequeño le leía libros constantemente, posteriormente cuando estaba cursando quinto de primaria en el colegio La Normal de Varones, un profesor le prestó el libro “Platero y yo” de la autoría de Juan Ramón Jiménez, texto que es de gran importancia para Edgar, ya que
gracias a este inició en el mundo de la alta literatura. De esa misma manera, comenzó escribiendo borradores, pero de eso ya no conserva nada. En su memoria sólo queda una anécdota que vivió a sus 13 años, pues según sus recuerdos en aquel entonces hubo un concurso de cuentos, y había un niño quería participar pero no tenía la capacidad suficiente para redactarlo, así que el hermano de Edgar, le dijo que le escribiera un cuento al niño para que pudiera participara. Efectivamente así fue, Edgar tomó el papel y lápiz redactando un texto, que hasta el sol de hoy no sabe el destino de ese escrito.
Tiempo después, cuando él tenía 15 años, empezó a interesarse por la música clásica y el mundo de la pintura, específicamente por los óleos del pintor caucano Luis Ángel Rengifo, cabe resaltar que a él solo le gusta ver, analizar y admirar las pinturas, pues él no pinta nada, lo único que llegó a trazar fueron los rayones que hacía en la casa, “porque que niño para rayar las paredes”.

Edgar es Licenciado en Literatura y Lengua Española, para su trabajo de grado escribió Blancas Huellas de Rocío y otros relatos, con el que más tarde concursó y ganó el Premio de Literatura Rafael Maya. Este reconocimiento es importante para él, ya que es su primera publicación y justo esto es lo único que rescata, ya que para él no es de gran importancia el mundo mediático que es tan común ver hoy en día, la literatura desde su punto de vista debe ser algo íntimo, es por ello que su propósito con sus próximas publicaciones será llevar los libros a la biblioteca y regalarlos, “para dejar ese mundo de estar en la estantería”.
Si bien es cierto que para Edgar la escritura es muy importante, el tema del campo también es de sus más grandes gustos y pasatiempos, le gusta salir a caminar, escuchar el río, ir de pesca, sembrar geranios y demás actividades que aprendió gracias a su padre, ya que él también es un hombre de campo. Para él éstas prácticas son de la vida rústica, las denomina así porque para realizarlas debe unir la mano a la tierra y lo apartan de la vida de la academia.
Al finalizar la conversación, Edgar se ve más empático y feliz, pues ha terminado hablando de su profesión y ha recordado algunos de sus referentes literarios como Ray Bradbury y John Steinbeck.

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